viernes, 29 de mayo de 2015

DERROTA EN VICTORIA - Christian




Tengo el sueño pesado y cuando despierto en las mañanas, generalmente tengo que pasar por un proceso de iniciación parecido al de los computadores. Tengo que situarme en la realidad. Por eso no entendía cuando descubrí al lado de la cama unos zapatos viejos en el lugar en que había dejado los míos. Me tomó considerable esfuerzo recordar cómo llegué a la ciudad de Victoria sin reserva de hotel, según mi costumbre. El taxista me ayudó a recorrer los principales hoteles pero había un par de congresos masivos que tenían toda la capacidad de alojamiento ocupada. Comenzaba ya a desesperarme cuando divisé un letrero escrito con tiza que decía “Hostal”, sobre una puerta angosta de dos hojas. Adentro había un joven tras un mesón, le pregunté si tenía alojamiento y levantó un pulgar asintiendo sin mirar. Corrí al taxi, le pagué y cargué mi maleta a la hostal antes que alguien ocupara la última cama libre de Victoria. Me cobraron por adelantado una suma insignificante, me entregaron una toalla y me condujeron al segundo piso por una escalera de empinados peldaños que machucaban mi maleta a pesar de mis esfuerzos. La cama era una litera por encima de la que ocupaba un joven que dormía profundamente a pesar de la música, las risas y el ruido de ollas que provenía de la cocina comunitaria. El baño no era más privado que la cocina. Solo una cortina de sábana a modo de puerta nos separaba de otros dormitorios. Con algo de pudor me quité la ropa y trepé tratando de no despertar a mi inesperado compañero. El resto es fácil de suponer. Tuve suerte de que mi maleta no haya sido de interés para nadie. El joven de la recepción, al escuchar mi drama me miró en silencio y se limitó a indicar un letrero en el lado interior de las puertas de doble hoja, también escrito con tiza, que decía que los pasajeros eran responsables de cuidar sus pertenencias.

Los zapatos - Karina


Eduardo yacía en su cama como muerto, había pasado una noche solitaria, como todas las noches desde ya hacía veinte años, pero esa noche fue distinta, esa noche Eduardo, desempolvando algunos recuerdos de juventud, encontró algunos papelillos y mucha yerba de cáñamo  envuelta en un amarillento y arrugado papel de diario dentro de la caja de zapatos que le servía de depósito para tan preciados tesoros.
El hilillo de saliva que corría por su mentón, logró hacerlo despertar por el cosquilleo y enseguida sorbeteó para engullir el líquido que lo incomodaba.
Abrió los ojos trabajosamente y sintió la sequía de su boca en un molestoso rumiar…
Antes de  incorporarse miró hacia el suelo y encontró allí un par de zapatos que no le correspondía,  pero hubo aún una segunda sorpresa, aun mas escabrosa que la primera.  Un hombre de aproximadamente treinta años, dormía en su cama, semidesnudo.
De un sobresalto, Eduardo, salió de su cama mirando hacia ambos lados, intentando asegurarse de encontrarse solo con este desconocido, o seguramente intentando resguardarse de otras personas que pudieran encontrarse dentro de su casa.
Miles de conjeturas pasaron por su mente.
Tanto temió lo que ese hombre hacía en su lecho, que decidió sin más, tomar sus cosas y salir de allí por algunas horas, para huir de su conciencia con la esperanza de que al regreso, su casa estuviese sin más moradores que él mismo.
Estaba a punto de tomar sus ropas cuando el extraño despertó con un ronquido fulminante.
Se miraron por un momento eterno, Eduardo comenzaba a sudar frío, solo quería huir y no escuchar lo que este forastero iba a decir… el silencio era rotundo y mortífero.
Hasta que aquel hombre misterioso, que lo observaba en el comienzo con mirada melancólica,  dio una carcajada rotunda y jocosa. 
Miró fijamente a Eduardo, y volvió a su semblante de un segundo a otro la compasión, para luego tomar las envejecidas manos del dueño de casa con afecto.
-          Soy tu hijo, dijo el desconocido, hace veinte años, me diste unos zapatos para recordarte, dijiste que era lo único que tenías para darme… me encontraste en la calle cuando saliste a caminar sin siquiera tener un rumbo. Y yo, he usado estos zapatos por al menos 5 años, buscándote.
El hombre observó al desconocido y volvieron los recuerdos, como oleaje que estremeció su alma.

Luego de aquello se aferro a él sin decir nada.

viernes, 15 de mayo de 2015

Ejercicios de Taller -Christian

Ejercicio 1

El objeto.
Con su forma improbable y sus duras prolongaciones, esa creación tan fuerte y liviana desafía al entendimiento porque nadie pensaría en construir algo así. Faltaría una razón, ni siquiera el capricho bastaría. El sonido de tiza que produce su tacto aumenta la sorpresa, porque es a la vez blando y duro. Hay personas que como ese objeto, tienen puntas que toman por sorpresa a quien se acerca. Son defensas que parecen sin sentido, resabios de peligros ya obsoletos. 

Ejercicio 2

SE PASÓ UNA HORA BUSCANDO EL CALCETÍN ROJO
1.       La pobre Nana, culpada de robarlo
2.       La madrastra, quien se empeñaba en demostrar su habilidad doméstica para con la hija de  su nuevo marido
3.       El arrepentido borracho que aún no puede devolver el disfraz de diablo que arrendó
4.       El niño castigado sin salir hasta que aparezca la prenda con que hizo su obra de títeres
5.       La loca obsesiva que necesitaba dar color a su pie izquierdo.

La historia.
El calcetín rojo

¡Qué noche! Si bien Carlos no pudo recordar todo lo ocurrido, está claro que en su vida no abundan las emociones tan intensas y los desbordes tan generosos como los ocurridos en la fiesta de año nuevo. Lo de los disfraces, al principio le pareció una lata, una imposición molesta que por un rato es simpática pero que termina incomodando. Para colmo, de lo que pudo encontrar en la tienda, solo ese disfraz de diablo le pareció relativamente aceptable, aunque demasiado caro. Pensó mucho antes de firmar el famoso contrato de arriendo y por supuesto que ni leyó las penas del infierno que le caerían ante el menor daño. Todo salió bien en la fiesta, el disfraz encantó a las traviesas muchachas que lo tiraban de la cola y que más tarde entraron en mucha confianza. Después que todo terminó, Carlos pudo llegar a su departamento con algo de ayuda de la más fresca, juguetona pero no tan bebida de sus amigas. Durmió muchas horas, hasta que un cacho de seda roja en su ojo le recordó su compromiso fatal, ya casi vencido en el plazo. Con toda la agilidad que pudo, con solo una idea clara en su cabeza, comenzó a doblar cada pieza del ajeno atuendo. Le pareció que algo faltaba y tuvo que repasar varias veces hasta darse cuenta que el traje original venía con dos calcetines y solo encontraba uno.Se pasó una hora buscando el calcetín rojo, hasta que tuvo que preferir una devolución incompleta antes que duplicar el precio del arriendo. Se aferraba a la esperanza de que nadie notara un simple calcetín de menos. Llegó corriendo a la tienda justo antes del cierre. Entregó el paquete sin explicaciones y pidió con urgencia un baño explicando que ya no aguantaba. El alivio fue doble al descubrir dónde su pícara amiga había puesto el calcetín.

viernes, 1 de mayo de 2015

Poema - Karina Sagredo

A tu regreso

Karina Sagredo

Cierro los ojos
Y descanso en tu regreso
En el momento en que la vigilia y el sueño se confunden
Respiro de tu soplo
Te busco,
Intento alcanzarte y no te encuentro
Descubro entre figuras sombrías la palidez de tu ausencia
Y despiertas en mis ojos cristales cortantes.
Entre ríos de sangre te sumerjo
Vagas entre la corriente de mis llagas y la marea tormentosa de mi vehemencia
Y allí te ahogas
y aunque intento retenerte, solo empino la copa amarga de mi impaciencia.
El descanso en tu regreso ya no existe
Desatas el dolor agobiado de mi codicia
Y despiertas nubes furiosas queriendo rozarte
Tormentas eternas se alzan sobre tu fuego ansiando extinguirlo
Fracaso.
Yo que ambiciono tu piel, alma de guerrero
Abandono también mi cuerpo para gritar sin voz
Si acaso tus ojos me miran
Si tu alma florece frente a mí al pronunciarte.
Pronunciarte para crearte,
desde la profundidad de mi garganta oprimida y seca,
Marchita por no lograr nombrarte
Así mueres tras mi lengua
Y en un rincón de luz renuncio.
Te concedo la ración de olvido.
Apaga las estrellas de mi cielo y no regreses
No vuelvas a mí, si entre tus formas de amor no me encuentro

Aléjate sin retorno si la savia que escapa de tu corteza, no se abre camino hacia mi raíz esperanzada.

Microcuentos Karina Sagredo


NECRO/MICROCUENTOS

AMOR NECRO

Lo besé tan fuerte, que un trozo de sus labios quedó atrapado en los míos,
Y una parte de mi mente, en forma deliberada, no quiso devolverlo.  Recordaría su sabor para siempre.
No estoy enferma, solo le amo.

VOCACIÓN

Cuando me di cuenta que estaba muerto, decidí que asustar era lo mío.
Ahora que despliego mis habilidades en esta profesión tan seria y bien remunerada, siento que perdí toda la vida tras un escritorio.
Estar muerto es lo mío.


MEMENTO MORI

¿A quién debo reclamarle? Estoy bastante ofuscada.  Visitantes inesperados festinan con mi cuerpo sin que yo lo autorizara!

Poema de Christian


¿DÓNDE IR?

Lugar de todos los nombres
Sueño que no se duerme,
Pensamiento puro y desnudo
Ojos sin luz que sufren ygozan.

Cual fantasma sin permiso,
la poesía entra en el sueño
como un buzo en el lago,
o el recuerdo en el día.

El color toma forma,
el grito se vuelve sonido.
No importa lo que falta
cuando hay melancolía.

Poema de Christian in título



Sin título

Sobre una Urna griega de John Keats

Delicada muestra silenciosa de era lejana
Evidencia incontestable de hombres mejores
Que alcanzaron perfección más allá del mármol
Porque la imagen en la piedra solo puede reflejar
La serena belleza del alma que la escribe.

La diosa que con estilo cosecha las uvas
Divinizando sin querer, lo cotidiano
Es tan simple en su fondo y en su forma
Que puede hablarnos desde dentro
Sin obstar las modas y las épocas.

Micocuentos - Christian

A  propósito de microcuentos

CHILOÉ

La Isla grande chilota es en realidad mediana. La isla grande es el mundo y ya no parece muy grande.
  

CABALGAR

Para andar a caballo es preciso no ser caballo.


REFRÁN COMPLETO

Ojos que no ven, corazón enamorado.
Ojos que no ven, cerebro inútil.

Ojos que no ven, alma con hambre.

Prosa poética Christian

ENCRUCIJADAS

Hay ocasiones en las que el alma se divide en un dilema, uno cruel, como los grandes dilemas. Son momentos que no pasan ni se acaban, solo pueden ser postergados por el vago sueño de los actos rutinarios. Es cuando se enfrenta el ser con su espejo empañado por la pena o la rabia y bajo el cual se esconde la verdad conocida.
La vida ofrece todos los grises caminos que tenemos por delante para que dejemos atrás el misterioso sendero circular que toma el nombre de pasado. Los momentos (importantes) surgen del desorden de otros momentos que el alma degustó antes de olvidar. Al masticar esos trances vamos cayendo en cuenta que lo que era realidad, quedó atrás mucho antes de ser comprendida y quedó relegada, como sombra apenas distinguible en la trama de las ocupaciones.

Lo que llamamos pasión en determinados contextos y éxtasis en otros, no deja marca en el alma si no nos conduce por el delgado borde en que es imprescindible decidir. Optar nos hace conscientes del camino elegido y contempladores de su belleza y miseria. Incluso en el amor, el optar envuelve con misterio a quienes podríamos haber amado.

Poema de Christian Al fondo de un árbol

Al  fondo de un árbol

A propósito de Waldo Rojas

De mi otoño caen las hojas como besos agotados del amor que fue.
Crueles caricias dejaron su huella raspada en las ramas de mi ser.
Lo que fue, lo que viene, lo que vendrá a ser. Aluvión silencioso y lento que deja luces ocultas y promesas sin cumplir. La verdad es lo que queda cuando la fuente se ha vaciado.
A través del espeso bosque del pasado se dejan ver los brillos esquivos de amores ya olvidados. Bastaría caminar para llegar a tocarlos y hacerlos morir como gotas de rocío.
¿Cómo volver a crear sin comprender?
¿Cómo dejar de sangrar la savia del pasado y seguir amando?
Como nudos en mi corteza, las obras dejan su huella distintiva, la señal de haber querido, el caso triste de haber errado, el dolor que cuando surge es venerado.
Ya no quiero ver ciertas cosas. Prefiero tantear callado, como bicho que recorre la espesura para nada, para ser quien es, solo por locura.

Pero por dentro corre la vaguedad de un dulce río de esperanza, que nace de las raíces más profundas, las más antiguas y ocultas. Porque al final, todo salió de ahí y es allí donde todo quedará.