viernes, 30 de octubre de 2015

LA POLIS AMERICANA de Christian


Y Atahualpa prometió, como saben hacer los políticos cuando están desesperados. Total, el oro estaba, la plata también, era cosa de traerla de lugares secretos, de todos los rincones, con todas las espaldas. El gran Inca vendía el imperio y sus factores, quizás sin saber lo que hacía, ebrio de ira y de coca. El soberbio no debe negociar su vida ni menos la de los demás. Las nubes de Cajamarca se apartaron para que el metal brillara en los ojos españoles. Los indios sabios callaron y a las madres se les cortó la leche de miedo. Y tenían razón, porque el vencedor también sería vencido y con malas artes. Y esas artes se extendieron, al Cusco, a nueva Castilla y a todo este nuevo pero viejo mundo. Los pecados de esos tiempos todavía fluyen por los accidentados conductos de nuestras raíces y se extienden silenciosos por la carne de los siglos. El hombre bueno sueña cambiar la historia, si no, no sería bueno. Pero son otros los que la escriben, con negra mezcla de sangre y amarga bilis. Y Cajamarca se repite hasta el cansancio en las vidas, los países, los negocios. El marqués español no cumplió su palabra. El aún más titulado Inca dio su hermana al adversario. Aunque muchos no lo noten, el olor de esos tiempos se percibe en las repetidas calles que ya no vale la pena barrer. Alguien debe respirar hondo y despertar antes que los elegidos sigan negociando a sus hermanas.


Christian


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