Eduardo yacía
en su cama como muerto, había pasado una noche solitaria, como todas las noches
desde ya hacía veinte años, pero esa noche fue distinta, esa noche Eduardo,
desempolvando algunos recuerdos de juventud, encontró algunos papelillos y
mucha yerba de cáñamo envuelta en un
amarillento y arrugado papel de diario dentro de la caja de zapatos que le
servía de depósito para tan preciados tesoros.
El hilillo de
saliva que corría por su mentón, logró hacerlo despertar por el cosquilleo y
enseguida sorbeteó para engullir el líquido que lo incomodaba.
Abrió los
ojos trabajosamente y sintió la sequía de su boca en un molestoso rumiar…
Antes de incorporarse miró hacia el suelo y encontró
allí un par de zapatos que no le correspondía,
pero hubo aún una segunda sorpresa, aun mas escabrosa que la
primera. Un hombre de aproximadamente
treinta años, dormía en su cama, semidesnudo.
De un
sobresalto, Eduardo, salió de su cama mirando hacia ambos lados, intentando
asegurarse de encontrarse solo con este desconocido, o seguramente intentando
resguardarse de otras personas que pudieran encontrarse dentro de su casa.
Miles de
conjeturas pasaron por su mente.
Tanto temió
lo que ese hombre hacía en su lecho, que decidió sin más, tomar sus cosas y
salir de allí por algunas horas, para huir de su conciencia con la esperanza de
que al regreso, su casa estuviese sin más moradores que él mismo.
Estaba a
punto de tomar sus ropas cuando el extraño despertó con un ronquido fulminante.
Se miraron
por un momento eterno, Eduardo comenzaba a sudar frío, solo quería huir y no
escuchar lo que este forastero iba a decir… el silencio era rotundo y
mortífero.
Hasta que
aquel hombre misterioso, que lo observaba en el comienzo con mirada
melancólica, dio una carcajada rotunda y
jocosa.
Miró
fijamente a Eduardo, y volvió a su semblante de un segundo a otro la compasión,
para luego tomar las envejecidas manos del dueño de casa con afecto.
-
Soy tu hijo, dijo el desconocido, hace veinte
años, me diste unos zapatos para recordarte, dijiste que era lo único que
tenías para darme… me encontraste en la calle cuando saliste a caminar sin
siquiera tener un rumbo. Y yo, he usado estos zapatos por al menos 5 años,
buscándote.
El hombre
observó al desconocido y volvieron los recuerdos, como oleaje que estremeció su
alma.
Luego de
aquello se aferro a él sin decir nada.
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