ENCRUCIJADAS
Hay ocasiones en las que el alma se divide
en un dilema, uno cruel, como los grandes dilemas. Son momentos que no pasan ni
se acaban, solo pueden ser postergados por el vago sueño de los actos
rutinarios. Es cuando se enfrenta el ser con su espejo empañado por la pena o la
rabia y bajo el cual se esconde la verdad conocida.
La vida ofrece todos los grises caminos que
tenemos por delante para que dejemos atrás el misterioso sendero circular que
toma el nombre de pasado. Los momentos (importantes) surgen del desorden de
otros momentos que el alma degustó antes de olvidar. Al masticar esos trances
vamos cayendo en cuenta que lo que era realidad, quedó atrás mucho antes de ser
comprendida y quedó relegada, como sombra apenas distinguible en la trama de
las ocupaciones.
Lo que llamamos pasión en determinados
contextos y éxtasis en otros, no deja marca en el alma si no nos conduce por el
delgado borde en que es imprescindible decidir. Optar nos hace conscientes del
camino elegido y contempladores de su belleza y miseria. Incluso en el amor, el
optar envuelve con misterio a quienes podríamos haber amado.
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