domingo, 13 de julio de 2014
Textos Pilar Riveros
EL EDIFICIO
En el edificio, los seres languidecen
con la lengua seca de tanta espera
los veo con los ojos enfermos de luces e impotencia.
Los autos circulan como incorpóreos ataúdes
transportando anhelos deshechos en la bruma.
Cada uno brinda la inconsistencia de la vida
como si fuera de trascendental importancia
cada uno elimina eses por la garganta
como si pariera ideas loables.
La mujer junto a la ventana
extiende su corazón raspando la tarde
y en su mano descansa incrustada la aguja
de los remiendos como si fuera la solución de los requiebros.
Los relojes inexorables cuelgan de la pared
como bola de pascua
y tigres bajo un sol candente vuelan
con los colmillos afilados y goteando escarcha.
Me pregunto cual es el objeto de que se muevan los árboles
si el viento ni por violento les cambia su naturaleza.
Deduzco que simplemente
que la vida es una planta suspendida en los balcones
estática y errática
Deduzco
la imposibilidad de ser como los pájaros
que circulan bóvedas llenas de colores
como si fueran flautas escalando las olas.
Las horas
Las horas agónicas se pasean derretidas y oníricas
en la memoria de relojes acomodados a las circunstancias
que pesan y censuran el pecado
y hace efímera la felicidad.
Relojes volando con las horas enceguecidas
por los hoyos que las arterias han regalado.
Ay! Si se pudiera
estirar las horas de las ansias en la arena
con las manos contagiadas de reservas lagrimosas
Si se pudiera dentro del alba
corroer la dentellada del océano.
Descarnado va el verbo desprovisto de sustancia
en el fierro candente que hiere los silencios
marcan horas con la sinuosidad de carretera
acomodada al vaivén de los ahorcados.
Como si fuera dictadura de orificios
los primigenios marcan minutos
y la autoridad del genio se hace picadillo
ante el cálculo de los funcionarios escritoriales
perentorias cigarras y su melodía putrefacta
indolente ante la necesidad del hundido
que brega a pala la tierra de sus estanques
y así se van derrumbando los incendios del alma
quejidos y estertores les suceden.
No hay consistencia en estas horas
en donde la rutina se despelleja y las culebras crían alas
y las vísceras van creciendo en ligamentos
y la sangre se congela condenada y azul.
Los relojes derretidos como queso y los deseos
de la calentura de nosotros los calientes
van marcando el podrido segundo
de la vida y su rutina
o,
van marcando mariposas encendidas
en el arte de los amantes escondidos.
Moscas y hormigas hacen tic tac en las manos
y que bien pudieron ser elefantes
languidecen incapaces de esconder los aliños
y carcomen los sueños agrietados del soñador.
Agoniza la agonía
Agoniza la agonía en los surcos
y las semillas acunadas vuelan su vacío
como la gastada palabra en un entorno fantasma
derritiendo esperas de bronce.
Van ilusiones como cartones nadando en el río
tras la insustancial alegría de los espejos
y las metáforas del tiempo
concluyen su anonimato y cansancio
junto a flores llenas de delirio
que claman por bestias de tiempos idos
en la sideral esperanza de ser tragadas
para florecer en otro tiempo.
El hielo milenario y tranquilo
se derrite ante el verbo y se queja
de las sombras que se empeñan y lo encasillan
en papeles de brillo tornasolado
cuando quiere el hielo
pender de las cumbres y su misterio.
Agoniza la agonía montaña abajo
mientras las ciudades se llenan de esperma
germinando vientres en luto
que obtienen su paz en el segundo
que las aves meteóricamente rasgan en cielo
y la cornada del indolente, le yerra por milímetros.
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