Tengo el sueño
pesado y cuando despierto en las mañanas, generalmente tengo que pasar por un
proceso de iniciación parecido al de los computadores. Tengo que situarme en la
realidad. Por eso no entendía cuando descubrí al lado de la cama unos zapatos
viejos en el lugar en que había dejado los míos. Me tomó considerable esfuerzo
recordar cómo llegué a la ciudad de Victoria sin reserva de hotel, según mi
costumbre. El taxista me ayudó a recorrer los principales hoteles pero había un
par de congresos masivos que tenían toda la capacidad de alojamiento ocupada.
Comenzaba ya a desesperarme cuando divisé un letrero escrito con tiza que decía
“Hostal”, sobre una puerta angosta de dos hojas. Adentro había un joven tras un
mesón, le pregunté si tenía alojamiento y levantó un pulgar asintiendo sin
mirar. Corrí al taxi, le pagué y cargué mi maleta a la hostal antes que alguien
ocupara la última cama libre de Victoria. Me cobraron por adelantado una suma insignificante,
me entregaron una toalla y me condujeron al segundo piso por una escalera de
empinados peldaños que machucaban mi maleta a pesar de mis esfuerzos. La cama
era una litera por encima de la que ocupaba un joven que dormía profundamente a
pesar de la música, las risas y el ruido de ollas que provenía de la cocina
comunitaria. El baño no era más privado que la cocina. Solo una cortina de
sábana a modo de puerta nos separaba de otros dormitorios. Con algo de pudor me
quité la ropa y trepé tratando de no despertar a mi inesperado compañero. El
resto es fácil de suponer. Tuve suerte de que mi maleta no haya sido de interés
para nadie. El joven de la recepción, al escuchar mi drama me miró en silencio
y se limitó a indicar un letrero en el lado interior de las puertas de doble
hoja, también escrito con tiza, que decía que los pasajeros eran responsables
de cuidar sus pertenencias.
viernes, 29 de mayo de 2015
Los zapatos - Karina
Eduardo yacía
en su cama como muerto, había pasado una noche solitaria, como todas las noches
desde ya hacía veinte años, pero esa noche fue distinta, esa noche Eduardo,
desempolvando algunos recuerdos de juventud, encontró algunos papelillos y
mucha yerba de cáñamo envuelta en un
amarillento y arrugado papel de diario dentro de la caja de zapatos que le
servía de depósito para tan preciados tesoros.
El hilillo de
saliva que corría por su mentón, logró hacerlo despertar por el cosquilleo y
enseguida sorbeteó para engullir el líquido que lo incomodaba.
Abrió los
ojos trabajosamente y sintió la sequía de su boca en un molestoso rumiar…
Antes de incorporarse miró hacia el suelo y encontró
allí un par de zapatos que no le correspondía,
pero hubo aún una segunda sorpresa, aun mas escabrosa que la
primera. Un hombre de aproximadamente
treinta años, dormía en su cama, semidesnudo.
De un
sobresalto, Eduardo, salió de su cama mirando hacia ambos lados, intentando
asegurarse de encontrarse solo con este desconocido, o seguramente intentando
resguardarse de otras personas que pudieran encontrarse dentro de su casa.
Miles de
conjeturas pasaron por su mente.
Tanto temió
lo que ese hombre hacía en su lecho, que decidió sin más, tomar sus cosas y
salir de allí por algunas horas, para huir de su conciencia con la esperanza de
que al regreso, su casa estuviese sin más moradores que él mismo.
Estaba a
punto de tomar sus ropas cuando el extraño despertó con un ronquido fulminante.
Se miraron
por un momento eterno, Eduardo comenzaba a sudar frío, solo quería huir y no
escuchar lo que este forastero iba a decir… el silencio era rotundo y
mortífero.
Hasta que
aquel hombre misterioso, que lo observaba en el comienzo con mirada
melancólica, dio una carcajada rotunda y
jocosa.
Miró
fijamente a Eduardo, y volvió a su semblante de un segundo a otro la compasión,
para luego tomar las envejecidas manos del dueño de casa con afecto.
-
Soy tu hijo, dijo el desconocido, hace veinte
años, me diste unos zapatos para recordarte, dijiste que era lo único que
tenías para darme… me encontraste en la calle cuando saliste a caminar sin
siquiera tener un rumbo. Y yo, he usado estos zapatos por al menos 5 años,
buscándote.
El hombre
observó al desconocido y volvieron los recuerdos, como oleaje que estremeció su
alma.
Luego de
aquello se aferro a él sin decir nada.
viernes, 15 de mayo de 2015
Ejercicios de Taller -Christian
Ejercicio 1
El objeto.
Con su forma improbable y sus duras prolongaciones, esa creación tan
fuerte y liviana desafía al entendimiento porque nadie pensaría en construir
algo así. Faltaría una razón, ni siquiera el capricho bastaría. El sonido de
tiza que produce su tacto aumenta la sorpresa, porque es a la vez blando y
duro. Hay personas que como ese objeto, tienen puntas que toman por sorpresa a
quien se acerca. Son defensas que parecen sin sentido, resabios de peligros ya
obsoletos.
Ejercicio 2
SE PASÓ UNA
HORA BUSCANDO EL CALCETÍN ROJO
1.
La pobre Nana, culpada de
robarlo
2.
La madrastra, quien se empeñaba
en demostrar su habilidad doméstica para con la hija de su nuevo marido
3.
El arrepentido borracho que aún
no puede devolver el disfraz de diablo que arrendó
4.
El niño castigado sin salir
hasta que aparezca la prenda con que hizo su obra de títeres
5.
La loca obsesiva que necesitaba
dar color a su pie izquierdo.
La historia.
El calcetín rojo
¡Qué noche! Si bien Carlos no pudo recordar todo lo ocurrido, está
claro que en su vida no abundan las emociones tan intensas y los desbordes tan
generosos como los ocurridos en la fiesta de año nuevo. Lo de los disfraces, al
principio le pareció una lata, una imposición molesta que por un rato es
simpática pero que termina incomodando. Para colmo, de lo que pudo encontrar en
la tienda, solo ese disfraz de diablo le pareció relativamente aceptable,
aunque demasiado caro. Pensó mucho antes de firmar el famoso contrato de
arriendo y por supuesto que ni leyó las penas del infierno que le caerían ante
el menor daño. Todo salió bien en la fiesta, el disfraz encantó a las traviesas
muchachas que lo tiraban de la cola y que más tarde entraron en mucha
confianza. Después que todo terminó, Carlos pudo llegar a su departamento con
algo de ayuda de la más fresca, juguetona pero no tan bebida de sus amigas.
Durmió muchas horas, hasta que un cacho de seda roja en su ojo le recordó su
compromiso fatal, ya casi vencido en el plazo. Con toda la agilidad que pudo,
con solo una idea clara en su cabeza, comenzó a doblar cada pieza del ajeno
atuendo. Le pareció que algo faltaba y tuvo que repasar varias veces hasta
darse cuenta que el traje original venía con dos calcetines y solo encontraba
uno.Se pasó una hora buscando el calcetín rojo, hasta que tuvo que preferir una
devolución incompleta antes que duplicar el precio del arriendo. Se aferraba a
la esperanza de que nadie notara un simple calcetín de menos. Llegó corriendo a
la tienda justo antes del cierre. Entregó el paquete sin explicaciones y pidió
con urgencia un baño explicando que ya no aguantaba. El alivio fue doble al
descubrir dónde su pícara amiga había puesto el calcetín.
viernes, 1 de mayo de 2015
Poema - Karina Sagredo
A tu regreso
Karina Sagredo
Cierro los
ojos
Y descanso en
tu regreso
En el momento
en que la vigilia y el sueño se confunden
Respiro de tu
soplo
Te busco,
Intento alcanzarte
y no te encuentro
Descubro entre
figuras sombrías la palidez de tu ausencia
Y despiertas
en mis ojos cristales cortantes.
Entre ríos de
sangre te sumerjo
Vagas entre la
corriente de mis llagas y la marea tormentosa de mi vehemencia
Y allí te
ahogas
y aunque
intento retenerte, solo empino la copa amarga de mi impaciencia.
El descanso en
tu regreso ya no existe
Desatas el
dolor agobiado de mi codicia
Y despiertas
nubes furiosas queriendo rozarte
Tormentas eternas
se alzan sobre tu fuego ansiando extinguirlo
Fracaso.
Yo que ambiciono
tu piel, alma de guerrero
Abandono también
mi cuerpo para gritar sin voz
Si acaso tus
ojos me miran
Si tu alma
florece frente a mí al pronunciarte.
Pronunciarte
para crearte,
desde la
profundidad de mi garganta oprimida y seca,
Marchita por
no lograr nombrarte
Así mueres
tras mi lengua
Y en un rincón
de luz renuncio.
Te concedo la
ración de olvido.
Apaga las
estrellas de mi cielo y no regreses
No vuelvas a
mí, si entre tus formas de amor no me encuentro
Aléjate sin
retorno si la savia que escapa de tu corteza, no se abre camino hacia mi raíz esperanzada.
Microcuentos Karina Sagredo
NECRO/MICROCUENTOS
AMOR NECRO
Lo besé tan fuerte, que un trozo
de sus labios quedó atrapado en los míos,
Y una parte de mi mente, en
forma deliberada, no quiso devolverlo.
Recordaría su sabor para siempre.
No estoy enferma, solo le amo.
VOCACIÓN
Cuando me di cuenta que estaba
muerto, decidí que asustar era lo mío.
Ahora que despliego mis
habilidades en esta profesión tan seria y bien remunerada, siento que perdí
toda la vida tras un escritorio.
Estar muerto es lo mío.
MEMENTO MORI
¿A quién debo reclamarle? Estoy
bastante ofuscada. Visitantes
inesperados festinan con mi cuerpo sin que yo lo autorizara!
Poema de Christian
¿DÓNDE IR?
Lugar de todos los
nombres
Sueño que no se
duerme,
Pensamiento puro y desnudo
Ojos sin luz que
sufren ygozan.
Cual fantasma sin
permiso,
la poesía entra en el
sueño
como un buzo en el
lago,
o el recuerdo en el
día.
El color toma forma,
el grito se vuelve
sonido.
No importa lo que
falta
cuando hay
melancolía.
Poema de Christian in título
Sin título
Sobre una Urna
griega
de John Keats
Delicada muestra
silenciosa de era lejana
Evidencia
incontestable de hombres mejores
Que alcanzaron perfección
más allá del mármol
Porque la imagen en la
piedra solo puede reflejar
La serena belleza
del alma que la escribe.
La diosa que con
estilo cosecha las uvas
Divinizando sin
querer, lo cotidiano
Es tan simple en
su fondo y en su forma
Que puede
hablarnos desde dentro
Sin obstar las
modas y las épocas.
Micocuentos - Christian
A propósito de microcuentos
CHILOÉ
La Isla grande chilota es en realidad
mediana. La isla grande es el mundo y ya no parece muy grande.
CABALGAR
Para andar a caballo es preciso no ser
caballo.
REFRÁN COMPLETO
Ojos que no ven, corazón enamorado.
Ojos que no ven, cerebro inútil.
Ojos que no ven, alma con hambre.
Prosa poética Christian
ENCRUCIJADAS
Hay ocasiones en las que el alma se divide
en un dilema, uno cruel, como los grandes dilemas. Son momentos que no pasan ni
se acaban, solo pueden ser postergados por el vago sueño de los actos
rutinarios. Es cuando se enfrenta el ser con su espejo empañado por la pena o la
rabia y bajo el cual se esconde la verdad conocida.
La vida ofrece todos los grises caminos que
tenemos por delante para que dejemos atrás el misterioso sendero circular que
toma el nombre de pasado. Los momentos (importantes) surgen del desorden de
otros momentos que el alma degustó antes de olvidar. Al masticar esos trances
vamos cayendo en cuenta que lo que era realidad, quedó atrás mucho antes de ser
comprendida y quedó relegada, como sombra apenas distinguible en la trama de
las ocupaciones.
Lo que llamamos pasión en determinados
contextos y éxtasis en otros, no deja marca en el alma si no nos conduce por el
delgado borde en que es imprescindible decidir. Optar nos hace conscientes del
camino elegido y contempladores de su belleza y miseria. Incluso en el amor, el
optar envuelve con misterio a quienes podríamos haber amado.
Poema de Christian Al fondo de un árbol
Al fondo de un árbol
A propósito de Waldo Rojas
De mi otoño caen las hojas como besos agotados
del amor que fue.
Crueles caricias dejaron su huella raspada en
las ramas de mi ser.
Lo que fue, lo que viene, lo que vendrá a ser.
Aluvión silencioso y lento que deja luces ocultas y promesas sin cumplir. La
verdad es lo que queda cuando la fuente se ha vaciado.
A través del espeso bosque del pasado se dejan
ver los brillos esquivos de amores ya olvidados. Bastaría caminar para llegar a
tocarlos y hacerlos morir como gotas de rocío.
¿Cómo volver a crear sin comprender?
¿Cómo dejar de sangrar la savia del pasado y
seguir amando?
Como nudos en mi corteza, las obras dejan su
huella distintiva, la señal de haber querido, el caso triste de haber errado,
el dolor que cuando surge es venerado.
Ya no quiero ver ciertas cosas. Prefiero
tantear callado, como bicho que recorre la espesura para nada, para ser quien
es, solo por locura.
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